BADIA HERIDA
Bahia M. Awah / Victoria Herranz
Hasta principios del siglo XIX el espacio geográfico del Sahara Occidental se mantuvo limpio de intrusos de naturaleza exterior, defendido por sus habitantes con una estructura de Estado pantribal y secular conocido como “El brazo de los Cuarenta”. No había tumbas ni restos de otros hombres que no fueran del propio territorio o las estelas funerarias preislámicas existentes y que datan de siglos atrás.
Para confirmar este dato busqué argumentos empíricos subjetivos que me lo aclarasen. Dos fuentes, el testimonio oral del intelectual e histórico dirigente saharaui Mohamed Lamin Uld Ahmed y un libro de la bibliografía colonial, “El Sahara como unidad cultural autóctona”, lo argumentan así: En 1889 un sultán marroquí llamado Hasan I intentó ocupar con sus hombres la fronteriza localidad saharaui de Doura, buscando una ruta libre que le permitiera pasar por el Sahara Occidental hacia Tombuctú. Pero la unidad de los saharauis y su férrea defensa, impidió esa agresión en defensa de sus fronteras. El resultado de ese histórico enfrentamiento fue la aniquilación de todos los intrusos marroquíes. Se cuenta que no se permitió enterrar a los muertos marroquíes en tierras saharauis, por ser agresores extranjeros y por si fueran esgrimidos como razón para posteriores agresiones.
Los saharauis metieron los cadáveres de los marroquíes en sacos, los cargaron sobre lomos de camellos y los transportaron hasta el río Draa, entonces límite de Marruecos con el Sahara Occidental, donde fueron dejados al encuentro de las guarniciones del sultán de Marruecos. Hoy en día los mayores cuando se reúnen en torno al té tradicional y retoman la actualidad del conflicto, rememoran esa gesta aún viva en su memoria. Es por eso que hasta el año 1975 nunca habían existido en el Sahara tumbas de procedencia de tel, es decir de marroquíes, en el territorio.
El neocolonialismo es una metamorfosis de aquel colonialismo que padecieron sobre todo muchos pueblos del Tercer Mundo. Los saharauis fueron colonia española durante casi un siglo. Posteriormente, a finales del siglo XX, con la ocupación de su territorio y la guerra con Marruecos volvieron a experimentar la reencarnación del neocolonialismo, que les condujo al éxodo, al refugio y al exilio, sufriendo una de las más flagrantes violaciones de derechos humanos y el conflicto más largo de nuestro siglo, después del de Palestina. Las nuevas generaciones saharauis no experimentan el colonialismo como lo conocieron sus abuelos a principios del XX y sus padres finales del mismo siglo. Si se le pregunta a los abuelos sobre la ocupación marroquí responden que en el Sahara jamás se vivió una opresión tan cruel como la que se vive bajo el control de Marruecos. El neocolonialismo que se sufre en el Sahara es si cabe más cruel por ser practicado por un país que a su vez fue colonizado.
La actual denominación de Sahara Occidental deriva de su ubicación geográfica por estar situado en el oeste del continente africano. En la bibliografía colonial en ocasiones se denominaba como “Sáhara Español” y otras como “Sáhara Atlántico”. En la época precolonial, mucho antes de 1884, sus habitantes lo llamaba, Daulat Albadia, “El país del Desierto”. El sabio saharaui Chej Mohamed Elmami (1792-1865) lo definió en su tratado sociológico “Qitab Albadia”, “Libro del nomadeo”, y aclaró sus fronteras, su sociología humana y la heterogénea configuración de la que se compone su identidad cultural: afro-árabe-senhaya. Fue colonia española desde el reparto ultramarino de las potencias occidentales del continente de África en 1884, hasta 1975, cuando se puso fin a su presencia en el Sahara Occidental.
España abandona en febrero de 1976 el territorio sin permitir a la población ejercer su derecho a la autodeterminación, como le venía exigiendo la ONU desde 1960. En noviembre de 1975 “canjeó” el territorio con Marruecos a cambio de intereses geopolíticos tras la muerte de Franco. Esa política de predominio de intereses geopolíticos y económicos se mantiene en la actualidad. El 27 de febrero de 1976 el pueblo del Sahara Occidental bajo la dirección del Frente Polisario proclama la República Saharaui e inicia la lucha armada contra la ilegal ocupación marroquí contraria a los principios de la ONU y las resoluciones de su órgano supremo, el Consejo de Seguridad. Tras dieciséis años de guerra, en 1991 Marruecos acepta un cese el fuego y firma el plan de aplicación de un referéndum de autodeterminación que prevé la voluntad del pueblo del Sahara Occidental a elegir su destino. Naciones Unidas se instala en el territorio con sus Cascos Azules de la MINURSO, la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara Occidental. Su cometido es vigilar el cese el fuego pactado entre la monarquía marroquí y el Frente Polisario, único y legítimo representante del pueblo del Sahara Occidental reconocido por la ONU y la Unión Africana, mientras se celebra el referéndum.
Pero tras años de maniobras de dilación en 1999 y tras la muerte del entonces rey marroquí Hasan II, Marruecos al considerar que los resultados de la consulta no irían a su favor rechazó toda solución que condujera a la libre determinación, enfrentándose de forma abierta con Naciones Unidas y con la Unión Africana sobre la naturaleza del problema: un proceso de descolonización inconcluso que se ha encarnado en una ocupación ilegal del territorio. El Sahara Occidental como lo contemplan las directrices de las Naciones Unidas, está inscrito como la última colonia de África y como uno de los 17 territorios no autónomos pendientes de ejercer su derecho a la independencia.
Señalar que desde sus inicios en 1975 el conflicto militar y político originó más de doscientos mil refugiados desplazados, acogidos por Argelia; comunidades en la diáspora instaladas fundamentalmente en Europa y África y más de cuatrocientos mil saharauis atrapados bajo la administración militar marroquí, que controla en las cuatro principales ciudades saharauis: El Aaiun, Smara, Dajla, antiguo Villa Cisneros, y Bojador.
Decía Frantz Fanon en “Los condenados de la tierra” que “No hay acto de ternura que pueda borrar las marcas de la violencia”. Los más de cuarenta años de ocupación han dejado como balance alrededor de quinientos saharauis desaparecidos de los que aún se desconoce su paradero. En la actualidad hay más de sesenta presos políticos en las cárceles marroquíes por su oposición a la ocupación, civiles que en algunos casos han sido juzgados por tribunales militares. Las minas que Marruecos, a pesar del alto el fuego, aún disemina en el territorio saharaui siguen causando víctimas entre la población civil, incluyendo menores, como la niña saharaui fallecida por una mina el pasado mes de mayo. Un muro militar de más de 2000 kilómetros divide en dos el territorio, separando miles de familias y acabando con el modo tradicional de desplazamiento de los nómadas saharauis con sus ganados. La parte ocupada está vetada a la prensa, a los observadores internacionales, a la libre manifestación o expresión política; se producen continuas expulsiones de periodistas y delegaciones de observadores y políticos, como dos periodistas polacos expulsados de la ciudad de El Aaiun el pasado mes de mayo, o la delegación de parlamentarios gallegos que no pudo acceder al territorio saharaui también en mayo. En los territorios ocupados la población saharaui es acosada diariamente en las calles y en sus casas por la policía y el aparato de los servicios secretos, que actúan en connivencia y colaboración con los colonos marroquíes, adiestrados como milicias para enfrentarse contra la población autóctona saharaui. Los recursos naturales son explotados y saqueados indiscriminadamente y sin revertir en la población saharaui que sufre la marginación y el empobrecimiento.
Esa política de psicosis neocolonial por parte del ocupante ha producido también atrocidades contra la identidad cultural saharaui y su patrimonio inmaterial. Los saharauis denuncian que las lenguas hasania y español son perseguidos por el ocupante junto a los atuendos tradiciones que les diferencian de los marroquíes. La construcción tradicional de los apellidos de los saharauis (nombre del padre y del abuelo) es prohibida como maniobra para diluir la identidad saharaui. El ocupante impone el laghb marroquí, que puede ser el nombre de cualquier cosa que se puede imaginar, desde la cabeza de un animal, ejemplo Bu Ras, a un barril de basura, Bu Bermil. Algunos nombres tradicionales en la cultura saharaui están prohibidos en el registro civil de la administración de ocupación. Es el caso de Lala (reservado para las hermanas del rey), Sidi (Mi amo el rey), o Mulay (nombre reservado para los príncipes). Por no hablar del tema de la prohibición de levantar jaimas, en especial tras el levantamiento del campamento de Gdeim Izik. O la prohibición de colocar el oratorio lemsid, pequeño recinto tradicional saharaui hecho de piedras, que se coloca ante la casa o la jaima para orar, además de ser un lugar de encuentro de los mayores.
Reza el proverbio saharaui “Dulces se hacen las palabras solo cuando emanan de la boca de su propio dueño”. Viví el conflicto en primera persona desde sus primeros años, siendo un niño. Sus consecuencias fueron vivir desde los 15 años separado de mi familia, quienes me consideraron como desaparecido durante una angustiosa década. Experimenté el éxodo y el refugio, junto con otros niños de mi generación; largos años de estudio en la lejana y acogedora Cuba, como tantos jóvenes saharauis y el largo exilio en Europa. Este recorrido me ha llevado a conocer los entresijos políticos del conflicto, pero sobre todo su latido más humano. Perdí en el refugio a mi madre, mi abuela, mi tío abuelo, varios de mis tíos maternos, algunos primos y hasta sobrinos a los que la dureza del exilio impidió crecer. Pero aún me sigue alentando la convicción de que un día no tan lejano se cumplirán las aspiraciones de los saharauis. “El rostro es reflejo de lo que se padece”, dicen los mayores saharauis. Mirar a un saharaui es encontrarse con la determinación en la consecución de su derecho a la libertad.
Pasadas más de cuatro décadas los saharauis se preguntan dónde están los horizontes de una solución y hasta donde puede aguantar el dique de contención que han mantenido atentamente y con cordura frente a la desesperación de las nuevas generaciones que con la actual situación de impasse no ven ninguna salida hacia el futuro y no quieren esperar más tiempo perdido. Mi estrecha relación con la diáspora saharaui en todo el mundo, la población que vive en los territorios ocupados bajo administración militar marroquí y los saharauis de los campamentos de refugiados en Argelia me ha permitido conocer aquello que para otros observadores, desde su condición de intelectuales o políticos, no es más que soluciones utópicas o dentro de lo que se denomina realpolitik, o incluso en tendenciosos análisis del conflicto.
El escritor franco argelino Frantz Fanon, inspirador de los movimientos de independencia de los años 60 en África, y con cuyo pensamiento muchos pueblos africanos se han identificado, como es caso de los propios saharauis, planteaba a los intelectuales africanos que “La liberación de una nación es una cosa. Los métodos y contenido popular de la lucha otra”. Desde los años que se inició todo ese proceso no he conocido ningún saharaui que dude de esa tangible violencia que se padeció y que se sigue padeciendo. El pueblo saharaui no ha respondido con la misma moneda gracias a la sabia cordura de sus dirigentes políticos y activistas de derechos humanos. ¿Con este gesto será visibilizado su problema cara a la aplicación de la legalidad internacional? Los saharauis empiezan a dudar de que llegue una solución desde la llamada Comunidad Internacional. Y mientras tanto, y en la espera, obran para ingeniar escenarios de lucha pacífica con el propósito de apaciguar sus impulsos a la violencia, ya sea civil o militar, y proyectar su imaginación de cara al mundo en su lucha pacífica actual, frente a la atrocidad de un régimen surgido desde las entrañas de una monarquía feudal y cruel.
Se ha preferido compaginar el frente diplomático y de activismo con la literatura en castellano y hasania, a fin de controlar su desesperación y mirar al mundo como quieren que se les mire. El activismo por los derechos humanos y la resistencia cultural es el lenguaje que los saharauis han adoptado en sus casas, jaimas y en la educación de sus niños que hasta el momento no saben lanzar piedras a un esbirro que les ha torturado en las comisarías o perseguido a sus padres o allanado a sus casas. Estudiosos de la literatura saharaui observan que hasta la poesía saharaui no tiene rencor ni violenta sus recursos literarios contra el ocupante. Los saharauis han sabido definir su adversario, que no es el pueblo marroquí, sino la maquinaria feudal articulada en la compleja estructura del majzén que la sostiene.
Muestra de la paciencia y sentido de la lucha pacífica de los saharauis es que desde el año en que se inició el conflicto en 1976 se han sucedido cinco mandatarios de la ONU. Ninguno de ellos ha podido conducir a una solución pacífica basada en la aniquilación de ese neocolonialismo manifestado en la ocupación marroquí. En la memoria de todos los saharauis hasta en las generaciones que nacieron durante el conflicto, laten los nombres de Kurt Waldheim, Javier Pérez de Cuéllar, Boutros Boutros-Ghali, Kofi Annan y, con cierta esperanza el de Ban Ki-Moon, actual Secretario General de Naciones Unidas. De todos ellos ha sido el único que se ha implicado en diagnosticar la naturaleza del conflicto como un problema de ocupación ilegal. Sus declaraciones durante su visita a los campamentos de refugiados y territorios liberados saharauis en marzo de este año, le convirtieron en víctima de una campaña de descrédito orquestada por el régimen marroquí. La maniobra marroquí culminó con la expulsión del componente civil de la MINURSO, originando una crisis que aún no ha sido zanjada.
La frustración de Marruecos de que no va a poder doblegar a los saharauis ni tampoco saltarse la legalidad internacional, tiene otros frentes abiertos, difíciles de sortear. Altos cargos marroquíes tienen abiertos varios frentes judiciales. Es el caso de Abdelatif Hamouchi, jefe de la DGST, el aparato de los Servicios Secretos marroquíes, acorralado por la justicia francesa en el marco de una investigación sobre torturas al preso político saharaui Naama Asfari encarcelado en Marruecos por su participación en el campamento saharaui de Gdeim Izik y condenado por un tribunal militar a 30 años de prisión. O el auto del juez de la Audiencia Nacional de España Pablo Ruz para juzgar a once altos cargos y militares del Gobierno de Marruecos a los que imputa, entre otros, un delito de genocidio por los crímenes que se cometieron contra refugiados del Sáhara Occidental entre los años 1975 y 1992.
Marruecos por su postura de intransigencia está enfrentado con la organización regional, la Unión Africana, que acoge en su seno la República Saharaui y reconoce el Frente Polisario como único y legítimo representante del Sahara Occidental. En materia de relaciones bilaterales y de cooperación con la Unión Europea, Marruecos ha sufrido el revés del dictamen del Tribunal de Justicia Europea, anulando los acuerdos agrícolas que incluían los productos exportados ilegalmente de los territorios ocupados del Sahara Occidental. Que es la similar querella presentada por el gobierno saharaui y el Frente Polisario por los acuerdos de pesca firmados con Marruecos y la UE y que incluyen aguas jurisdiccionales del territorio saharaui.
Hay que añadir a todos estos factores negativos para el régimen ya mencionados, la última postura tomada por el Comité de Descolonización de la ONU, el C-24, en su reunión en Managua el mes de mayo pasado. En ella ratificaba el derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación, reiterando que el del Sahara Occidental es un caso de descolonización pendiente, entre los 17 territorios no autónomos, que faltan por ejercer su derecho.
Los saharauis siguen teniendo fe en la biblia de la descolonización que contempla en su resolución 1514 (XV) de la Asamblea General del 14 de diciembre de 1960 y que: “Proclama solemnemente la necesidad de poner fin rápida e incondicionalmente al colonialismo en todas sus formas y manifestaciones”. Los saharauis, pacientes, esperan la implementación de ese enunciado del derecho internacional inalienable a los pueblos colonizados.
Bahia M. Awah
Campamento de refugiados de Rabuni
Centro del Mártir Chreiff para heridos de guerra y víctimas de minas
Tindouf, Argelia 2016
Bahia M. Awah / Victoria Herranz