VESTIDAS DE MAR
Ilya U. Topper / Victoria Herranz
Mi barrio se ha vestido de fiesta, diría el poeta. Es la Virgen del Carmen, y Zahara de los Atunes se engalana. Al fondo quedan la iglesia, las paredes blancas de cal, las últimas palmeras, el hotel de primera línea, el restaurante, delante se abre la playa, la arena, el mar.
Lo de vestirse es un decir: sí, se ponen su sobrepelliz blanco los monaguillos y su chaleco rojo las niñas del coro, alguna señora devota se coloca una mantilla sobre el vestido de verano, algunos hombres se han puesto hoy camisa blanca, mientras charlan con una lata de cerveza en la mano, otros prefieren empujar la barca en bañador. Las adolescentes —es julio— van en shorts todas y descalzas, y las crías corretean en bragas. Es Zahara, es Andalucía, aquí se ignora que en otras latitudes las iglesias advierten ropa decente, silencio, formalidad. Aquí lo que hay a raudales es fe: para eso somos pescadores y nadie sale a la mar sin encomendarse a la Virgen del Carmen.
Y para que esto funcione, para que pueda ampararnos, la Virgen tiene que bendecir el mar. Tiene que hacerse a la mar: dar una vuelta en un bote con fueraborda al atardecer, flotar sobre las aguas, presenciar petardos y bengalas. Luego regresará a su iglesia, sus cánticos, sus misas; se pondrá el sol, correrán los últimos monaguillos por la playa, junto a alguna chica de mantilla, oscurecerá entre los muros encalados de Zahara, se acabó la fiesta. En el mar sigue flotando la fe.
Ilya U. Topper